La familia Nicols Érase una vez una familia muy feliz llamada “Los Nicols”. Ellos paseaban siempre a todas partes. Cuando viajaban recorrían lugares nuevos. Un día Italia, luego Francia, en otro momento Nueva Zelanda y así hasta recorrer medio mundo. Ellos eran felices, lo tenían todo.
Pero un día, en un viaje por Australia, fueron a un lugar donde les habían advertido que había criaturas raras en el mar, pero ellos sin miedo a nada, se zambulleron en el mar y todos los que estaban en la playa les gritaron para advertirles: -Nooooooooo!!!!!!!!qué están haciendo, eso es muy pelig…!!! Antes de que terminaran la frase Juan, el menor de los chicos de la familia Nicols que era muy travieso y se había metido detrás de la rompiente de la segunda ola, gritó: -Ayyyyyyyyyyyy!!!Después se desmayó y a la mamá no le daban las piernas para correr y sacarlo del agua.
-Hijo ¿Qué te hicieron? Se preguntaba la mamá mientras el papá desesperado llamaba a una ambulancia.
La ayuda llegó rápido y se llevaron a Juan con gran velocidad. Pero las cosas empezaron a empeorar. El estado de salud de Juan era cada vez más preocupante. La salud de Juan iba de mal en peor. Todos en la familia y sus amigos empezaron a rezar.
Lo peor de todo era que el remedio que podía curarlo se fabricaba sólo en 10 lugares. Encima no había disponible en ninguno de los laboratorios. Juan tenía sólo 2 meses de vida. Necesitaba la medicina con urgencia. Su papá empezó a recorrer el mundo buscando las dosis para su hijo, el tiempo pasaba y nada. Un mes pasó y las cosas seguían muy mal. Empezó el segundo mes y seguían sin conseguirlo. Todos pensaron que ya era muy tarde, pero seguían rezando por Juan.
Juan estaba dejando de respirar; cuando el padre llegó al hospital corriendo y gritando:- Esperá Juan, tengo el remedio, lo tengo, lo tengo. Entró al cuarto de su hijo moribundo y le hizo tragar la medicina.
Esperaron unos minutos que parecieron horas, el niño empezó a reaccionar dando señales de vida. La familia no sabía cómo expresar su felicidad. Juan se recuperó rápidamente en el hospital hasta que le dieron el alta y volvió a su hogar. Pensó que tan solo una mordida venenosa casi lo había hecho perder la vida. Desde ese día en adelante nunca más hizo algo sin pedir el permiso adecuado. Vivió feliz para siempre dando gracias a Dios y a la Virgen por la salud recuperada. Esta anécdota le sirvió para toda la vida. Fin
Martín Becerra 6to
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